Utilizando como reclamo comercial, morboso e ideológico un encuentro casual  entre dos personas en mitad de la noche romana y su posterior desarrollo  amatorio en el interior de una habitación de hotel, Julio Medem elabora una  película cuya finalidad última es la reivindicación de sí mismo como artista y  creador cinematográfico, como autor. Y este celo autoral  auto-vindicativo desbarata la carga de profundidad del artefacto artístico que  pretende articular, malbarata la esencia nutricia sobre el que se quiere  edificar, abarata una propuesta de desnudez de la sustancia más íntima de la  condición sentimental y humana, para simplemente ofrecer una epidermis  esteticista y culturalista ahíta del soplo vital que debería recubrir todos y  cada uno de los poros de la piel (película) mostrada al espectador.
Que la pareja protagonista esté constituida por dos mujeres  responde a una estrategia ideológica y estética del director muy bien calibrada  (amén de toda la explotación comercial, mediante la exhibición del espantajo del  escándalo y la reacción cavernaria subsiguiente que puede generarse  mediáticamente). El eterno femenino sobrevuela toda la historia, desde  diversas perspectivas. 
Por un lado, la exhibición de dos bellos cuerpos femeninos sirve como  cebo para atraer a un público voyeur masculino y, al mismo tiempo, es  todo un guiño reivindicativo para un público voyeuse femenino. La  relación lésbica se sobrepone, intencionadamente, sobre la relación sexual per  se, sin género, tal y como se encarga de remarcar el director discursivamente en  el filme, por mucho que sus declaraciones vayan, por supuesto, en el sentido  contrario: dotar de normalidad y visibilidad a lo que la sociedad ve como  diferente. La dialéctica entre lesbianismo (sexualidad) congénito o adquirido  surge en los diálogos de las protagonistas. También aparece la oposición entre  placer vaginal y clitoriano, en una de las secuencias más grotescas y ridículas  de la trama, a través de la posible inclusión de una botella de vino de la  toscana (tamaño 3/8) como remedo de un vibrador que falta en los juegos  eróticos, a punto de ser suplido por un pepino hervido que el servicial camarero  pone a disposición de la pareja; en última instancia, el propio empleado está  dispuesto a aportar su propio pene para llevar a cabo un trío. Las chicas  rechazan el ofrecimiento.No obstante este explícito telón lesbiano, Medem lo  escenifica de la manera más trillada y tópica: una Elena Anaya (Alba) con el  pelo a lo garçon desempeñando el rol activo (masculino), frente a una  sumisa y dúctil Natasha Yarovenko (Dasha o Natasha) en el papel femenino  (pasivo). Los cuerpos de las mujeres son iconos para las fantasías o el  imaginario erótico-sexual masculino: la contundencia de su belleza se apropia de  la pantalla, en una apología del esteticismo sensorial y sensual en detrimento  de una mayor naturalidad de representación de la “realidad” lésbica de carne y  hueso.
Prueba de este desaforado culturalismo estetizante es el  propio afiche comercial de la película: todo un guiño a ese mencionado eterno  femenino que la historia del arte desarrolló a partir del último tercio del  siglo XIX, a partir del prerrafaelismo, del modernismo, la secesión, etc.,  origen de las iconografías sexofóbicas de la mujer (la depreadadora, la  femme fatale), posteriormente aclimatadas como fetiches eróticos de la  libido masculina, hasta alcanzar cierto estatuto pseudoartístico en las  fotografías y filmes de David Hamilton (Tiernas caricias, Las  canciones de Bilitis). 
El esculturalismo estetizante corporal de las protagonistas  impregna también el espacio en el que se desenvuelven sus caricias. La  habitación del hotel es un remedo de belleza encapsulada, un museo claustral a  modo de útero pictórico, que propicia el discurso ideológico de Medem. Los  cuadros y frescos que adornan el cuarto se utilizan como cauce para erigir toda  una teoría sobre la concepción artística del director vasco, amén de reivindicar  ideológicamente el papel de la mujer, silenciado a lo largo de la historia. Por  si al espectador más profano se le hubiese pasado por alto, hay varias  secuencias en que se explicita, a través del diálogo de las protagonistas  (peritas ambas en la historia del Renacimiento italiano), tal teoría: dos  pinturas se confrontan en la habitación. Una de ellas está protagonizada por  Leon Battista Alberti, El simposio (sí, como El Banquete  platoniano, como el diálogo amoroso que están llevando a cabo nuestras  protagonistas), impartiendo una lección sobre su concepción de la perspectiva  que, claro, es la que asume el propio Medem y pone en escena en ese reducto  habitacional en el que transcurre su película. Esta estampa del Quatrocento  italiano dialogo directamente con una pintura que escenifica el Ágora griega del  siglo V a.C. Así pues, hay un nada sutil hilo conductor, un diálogo  ininterrumpido, a través de estos dos mil años de historia. Entre medias, la  omnipresente cúpula de la Basílica de San Pedro, plano fijo que se contempla  desde la terraza de la habitación, pues para algo estamos en Roma, aunque no  haya ni un solo plano exterior de la ciudad, más allá de este plano panorámico  de los tejados de Roma con San Pedro en lontananza. ¿Será el hiato que ha  separado el contenido de ambos cuadros y la cosmovisión que ambos  representan?La mención al Ágora es todo un homenaje al amigo Amenábar, a  su Hipatia, a un cine de recreación histórica con un señuelo de reivindicación  feminista anacrónica e interesada que tan buenos créditos ha dado en taquilla.  También es un extenso anticipo, al modo del mecanismo que utiliza Tarantino en  sus películas, del próximo proyecto de Medem: ilustrar la vida y hazañas de  Aspasia de Mileto, la mujer o compañera de Pericles. Aspasia es el nombre con  que Alba, ingeniera mecánica, ha bautizado su último proyecto o invento: una  especie de ciclomotor de última generación, ecológico y sostenible, faltaría  más. ! El eterno femenino se transmite a través de los siglos. La mujer empieza  a ocupar el lugar que le corresponde!
Un fresco que hay pintado en el techo del baño, una especie  de recreación de la Alegoría de la primavera de Boticcelli, sirve para  insertar el componente propiamente amatorio: una flecha de Cupido, en una  secuencia poético-surrealista, hiere el corazón de la vulnerable Alba, tiñendo  de rojo el agua de la bañera en que intenta ahogar el dolor por la inminente  separación.
Finalmente, una estatuilla de la “Venus de Milo”  estratégicamente ubicada y blandida por las protagonistas continúa aportando  materia artística, referente cultural.
El carácter de entramado escenográfico que adquiere la  habitación viene remarcado por el nombre del hotel: “Pompeio”, levantado sobre  las ruinas del antiguo teatro “Pompeio” de la Roma imperial. Pues el director de  Lucía y el sexo tiene meridianamente claro la tarea que se ha encomendado:  subvertir desde dentro de la propia representación los elementos sobre los que  ésta se sustenta. Tal subversión se convierte en un mero ejercicio caligráfico  de egolatría autoral, de ostentación de sapiencia cinematográfica invasiva del  relato, del guión que deviene en un simple MacGuffin por cuyos  vericuetos deambula la cámara-mirada del director.
La materia argumental, la sustancia de los personajes y su  construcción dramática son clamorosamente descuidados por Medem. La  concentración espacial y la reducción temporal le obligan a una condensación en  la enunciación y en la historia de la que deberían brotar los destellos poéticos  que se persiguen. Sin embargo, el diálogo que se genera entre los cuerpos  desnudos deviene ramplón y simplón, entrecortado, confeccionado más que con un  sutil hilvanado, con hachazos narrativos. 
Si la desnudez corporal debiera ser una muestra de sinceridad y de  hondura afectiva, de entrega absoluta, los personajes tejen alrededor de sus  juegos eróticos toda una red de mentiras o de medias verdades a fin de preservar  su corazón de un posible dolor, preservación que resulta contradictoria con la  situación diseñada. Llegados a este punto de despojamiento externo, ¿qué sentido  tiene vestir sus sentimientos con falsedades? Obviamente, Medem persigue que la  acción y el paulatino abandono emocional limen los parapetos sentimentales, el  miedo al dolor provocado por el fantasma del amor, porque de un amor imposible  se trata debido a la negación de romper amarras con el mundo exterior por parte  de las protagonistas, al menos de una de ellas. Las historias que mutuamente se  narran son rocambolescas, bizantinas, en un intento de estar a la altura del  juego de espejos que la puesta en escena desarrolla. De acuerdo, pues, todo es  representación, mentira y manipulación. Puestas así las cosas, se recurre a los  orgasmos para alcanzar un clímax corporal que no discurre en paralelo con el  clímax emocional, aunque tal sea la intención del director. Cuando el guión se  atasca, el encuentro sexual ha de surtir un efecto desatascador.Finalmente, se llega al meollo anímico de ambas mujeres:  comparten una experiencia dolorosa, pretendidamente trágica (en el caso de  Natascha roza el ridículo el tratamiento que se le da a los abusos sexuales  paternos: origen de su sexualidad como mirona, ergo, motivo de placer, ahí es  poco). Alba parece una nueva Sherezade contando historias de Las mil y una  noches. Su quiebra emocional nos es mostrada mediante una filmación de  móvil, en una especie de relato enmarcado actualizado por las nuevas  tecnologías. Este breve cuento es protagonizado por Nawja Nimri, en euskera:  peaje ideológico, seña de identidad medemniana.
Pero es en el movimiento de la cámara, en el propio discurso y enunciación de las imágenes, donde Medem explota sin ningún recato su satisfecha autoría. La película empieza y acaba con un largo plano secuencia que es toda una declaración de principios: la habitación es el panóptico que la cámara mostrará, el bisturí con el que intentará diseccionar emocionalmente a sus personajes. Nos mostrará sus cuerpos, pero poco más, pues la técnica sin más sólo es un instrumento, un mecanismo, pero no un fin en sí mismo.
Pero es en el movimiento de la cámara, en el propio discurso y enunciación de las imágenes, donde Medem explota sin ningún recato su satisfecha autoría. La película empieza y acaba con un largo plano secuencia que es toda una declaración de principios: la habitación es el panóptico que la cámara mostrará, el bisturí con el que intentará diseccionar emocionalmente a sus personajes. Nos mostrará sus cuerpos, pero poco más, pues la técnica sin más sólo es un instrumento, un mecanismo, pero no un fin en sí mismo.
El primer acto sexual es narrado desde una perspectiva  imposible: desde dentro del cuadro protagonizado por Alberti que se encuentra  encima de la cabecera de la cama. Para justificar esta imposibilidad (no estamos  ante una película de ciencia ficción), Medem se ampara en el panoptismo  generalizado y extendido a través de las nuevas tecnologías, a través de las  imágenes captadas por los satélites y que el ordenador de Alba (verdadera  ventana al exterior, más que la propia terraza del hotel) introduce en el  espacio cerrado, al mismo tiempo que sirve para tanto para argüir sus mentiras  como para desvelarlas.
Los únicos vestigios de esta noche de amor fou y  catártico serán los que almacene ese ojo omnisciente y ubicuo. Allí se  almacenará el secreto de una historia, un remedo de adulterio sin matrimonio  (convencional), para consuelo y souvenir de las protagonistas.
Para finalizar, señalar la banda sonora de la película. La música ocupa  un importante lugar, pues debe rellenar emocionalmente la falta de emoción que  transmiten las imágenes; más que subrayar, raya directamente e irradia calidez:  la canción de Russian Red se constituye en un ritornello, en un  leitmotiv edulcorante, tan pegadiza y atrayente como superficial, pero  cumple su función. Lo mismo la música de Jocelyn Pook, a mitad camino entre el  ritmo del tango, de la música tradicional rusa y de ciertas arias operísticas.  No falta tampoco una secuencia de karaoke desaforado, muestra del inicio de la  complicidad y de la expansión afectiva, así como una secuencia de ducha donde  las protagonistas entonan a dúo, para mostrar su goce y alegría el “Volare,  uoouoo, caaantaaareeee…”.Como decía Cesar Vallejo “En fin, simplificado el  corazón,/pienso en tu sexo”. Una lástima y un derroche: por la ausencia de  sentimiento que la película y el espectador requería y por el exceso de  manierismo ornamental con que se cubre tal  ausencia.
Como veréis, de principio a fin es un ejercicio de pedantería extrema. Aquí tenéis el enlace al blog donde lo he leído.
El mío es este: Davall un cel violeta
Si lo encontráis pedante también, no dudéis en usarlo si es menester :P
Besos
Como veréis, de principio a fin es un ejercicio de pedantería extrema. Aquí tenéis el enlace al blog donde lo he leído.
El mío es este: Davall un cel violeta
Si lo encontráis pedante también, no dudéis en usarlo si es menester :P
Besos
Mª José

8 comentarios:
Enormes, algunos de los momentos...
-desarrollo amatorio
-edificar sobre una esencia nutricia
-público [masculino] voyeuse [femenino]
-la relación lésbica se sobrepone sobre la relación sexual
-telón lesbiano
-aclimatar una iconografía sexofóbica
-culturalismo estetizante y esculturalismo estetizante corporal [le ha faltado el culturalismo tetizante a secas]
-remedo de belleza
-señuelo de reivindicación que tan buenos créditos ha dado en taquilla
-ostentación de sapiencia cinematográfica invasiva del relato
-vericuetos de un MacGuffin
-diálogo confeccionado con hachazos narrativos
-efecto desatascador del encuentro sexual
La última tiene una cualidad poética involuntaria XD
En Encadenados admitimos todas las críticas, para eso criticamos también las obras de los demas. Pero ¿no será que confundes buen estilo con pedantería?
Un saludo :-)
Hola, revistadecine. Quizás debiera haber traído solamente los trocitos más rebuscadillos, pero mandé la entrada tal cual creyendo que los autores del blog harían la selección (también pensé que eliminarían mi comentario, glups :$).
De todos modos puede que tengas razón y haya calidad estilística donde yo veo ganas de rizar el rizo, y lo que yo opino (mi opinión, nada más que eso) que es pedante sea en realidad ejemplo de buen gusto.
Gracias por la deportividad, escribimos en sitios públicos y estamos expuestos a esto y a más.
Saludetes
Revistadecine, efectivamente no es bueno confundir las cosas.
"Pedantería" es lo que hace el autor de la reseña cuando, en los comentarios a la misma, habla de sí mismo en tercera persona diciendo "El crítico tal", "El crítico cual".
La reseña propiamente dicha vale como colección de despropósitos pero ni siquiera como exposición "legítimamente" pedante.
Y si eso es buen estilo, sin duda podrás explicarme qué es un telón lesbiano o un remedo de belleza, o cómo se aclimata una iconografía.
¿Como pueden darse tantas vueltas a una peli porno?
Dí que te ha gustado y puto, hombretón.
Iba a decir "Dí que te ha gustado y PUNTO", pero mi errata dota de un significado totalmente nuevo a la frase...
La entrada puede parecer pedante por su gramática y vocabulario un poco enrevesados e innecesarios, pero el contenido a mí me parece bastante acertado. Realmente el cine de Médem a partir de Lucía y el sexo es mucho más pedante que cualquier crítica que haya aparecido en Cultureta Watch
Interesantísima crítica sobre Habitación en Roma, aunque no estemos exactamente de acuerdo en la apreciación de la película.
Entratré a leer el blog a menudo.
Un cordial saludo.
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