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8 de mayo de 2013

The Cure en River: La cura por hipnosis

Les dejo un artículo de la Revista Rolling Stone, edición argentina, acerca de la acutación de The Cure en el estadio de River Plate, el 12/4/2013.

Cuando iba por "Detrás del grupo pasan escenas de un bosque relampagueante y la canción se va devorando a sí misma, entre el loop y el mantra, en la noria sinusoidal de la pared de efectos" ya vi que era material claro de Cultureta Watch.


" Es ahora. Es ahora o nunca. La puerta del tiempo se abre así, tan clara y evanescente como un sueño muy de vez en cuando. Hay algo cifrado en esa línea de bajo elemental y rotunda (la equivalencia pos punk del vicioso riff de "Humo sobre el agua" de Deep Purple) que te lleva puesto, un expreso a los ojos ciegos bien abiertos de la noche de los ochenta. Hasta hay algo atávico de la Era Industrial en esa especie de último llamado del expreso cuando The Cure invita a partir (a "viajar lejos" como prometían Los Pillos) al presente del pasado (porque es eso: suena ahora) sugiriendo, amagando el abracadabra de "A Forest". La cura por hipnosis, al fin, resulta. Detrás del grupo pasan escenas de un bosque relampagueante y la canción se va devorando a sí misma, entre el loop y el mantra, en la noria sinusoidal de la pared de efectos.


Es la canción que dice casi todo sobre este invento que se mantuvo en pie para terminar su show en paz (como un espíritu atrapado entre la tierra y la eternidad) veintiséis años después de la petit catástrofe de Ferro.


¿Tocaron "A Forest" entonces? Seguro que sí. Pero la amenaza de violencia que flotaba en el ambiente y su posterior concreción hicieron de la primera vez de The Cure un tembladeral arriba y abajo del escenario. Nada que hayan tocado entonces pudo sonar como lo de este viernes 12 de abril. La noche de las narices frías de River completó el encantamiento pendiente de la noche de los bastones largos (no es metáfora, los machetes de la montada se hicieron sentir en las espaldas de los chicos que escapaban de la razzia) de Ferro. Fue aquél una especie de Ezeiza pos punk. El líder absolutamente confundido sobre el escenario y las facciones estéticas (punks, darks, skins, heavys) disputándose entre sí vaya a saber qué, con la policía (la policía de 1987 mantenía vivo el aliento de rotweiller caza sediciosos) agazapada para el escarmiento.


Lo que dice Simon Gallup, con un insólito estilo teddy boy, con su bajo acaso sea la traducción al lenguaje de lo inefable de lo que canta Robert Smith. "Oigo tu voz.llamando mi nombre.profundo.oscuro". La traducción no le hace justicia porque la palabra es "dark" y es lo que define el mundo simbólico que orbita en torno a Smith, una muñeca antigua atrapada en el cuerpo de un hombre de cincuenta y tres años. Mash up del Joven Manos de Tijera de Tim Burton con Liz Taylor; Marc Bolan maquillado por las cosmetólogas de Antonio Gasalla; nuestro Elvis-alplazolam al fin.


The Cure es la obra maestra de un Hikikomori (los jóvenes japoneses recluídos en sus dormitorios) inglés. Entre 1979 y 1986 (en River sonó casi completa la esencial colección de simples Standing on a Beach) terminó de edificar su playroom al que completó con algunas extensiones (no mucho más allá de Wish, de 1992). Ese cuarto oscuro, dark, ha resultado modélico para millones en el mundo que pueden espiarlo a través de los discos y de los shows en vivo de The Cure. Smith, a diferencia de Bowie, no quiso o no pudo imponerle a su público la revolución permanente del cambio. Madura con su carota de mármol y esos mechones de sauce llorón haciendo de la guitarra un soliloquio interior (es el anti-Hendrix en ese sentido). Cuando la deja columpiándose sobre su vientre para concentrarse en lo que canta (arrulla o maúlla: gato) sus ademanes son los de un niño aferrado a un muñeco imaginario o los de un demente tratando de liberarse del chaleco de fuerza. ¿Patológico? Un poco.


The Cure, el invento, el cuarto sin paredes del Hikikomori inglés, es sobre todo un sonido. Eso es lo primero que se percibe cuando el grupo termina con la larga ausencia (recuerden que hasta hubo un petitorio de sus fans argentinos para que volvieran) porteña. Ya en el comienzo, tan paradojalmente cristalino, cuando pasan "Pictures of You" o la sensual "Lullaby" (del último disco verdaderamente significativo de Smith: Disintegration) se hace patente la concurrencia de texturas oníricas. Las guitarras en cascada, la omnipresencia del bajo, las líneas vaporosas y minimalistas del sintetizador, la batería sádicamente amarrada, sin posibilidad de escape. Todo eso configura un flujo sedante que atraviesa la noche como un misil de morfina.


Sin embargo, una travesía tan larga con una discografía que llegó hasta ahí (1992) y luego se detuvo en la repetición de gestos tiene su necesario espejo en el vivo. A pesar de su nombre, Smith no cura, en el sentido museológico, digamos. Las tres horas y pico tienen media hora de tedio donde todo lo original del "sonido" se prueba también remanido e insular. Una isla a la deriva con un náufrago que quizás pasó demasiado tiempo hablando solo.


La ensoñación pop ("In Between Days", "Friday I'm in Love") o el dinamismo ("A Forest", siempre, "Boys Don't Cry") siempre le ganan a esas marchas a paso de mamut donde el grupo (que ahora suma al efectista ex Bowie Reeves Gabrels) intenta probarse como "banda de rock". No es que se les pida un smorgasbord de hits sino que la traslación que hace Smith del efecto "zapada" nunca despega. Es una nave espacial con problemas en el encendido eléctrico. Nada más. Nada que conspire demasiado contra "el sonido".


Parte fundamental de "el sonido", siempre módico y dramático, está en la voz de Robert Smith que se mantiene expresiva durante el largo show del regreso porteño. Radica allí otro misterio de The Cure. Casi sin rastros de negritud (a pesar de lo "dark" y de ese funk sin groove en el que gusta probarse), Smith transmite un efecto soul. Soul de la desolación, soul desolado, se diría. Acaso haya que repasar en esos cruces pos punk para encontrar su carácter muy cerca del de Kevin Rowland, el iconoclasta cantante de Dexys Midnight Runners. La diferencia es que mientras aquel hacía honor a la tradición británica del Northern Soul (una escena motorizada por disc jockeys fetichistas de Manchester y más arriba), este traduce eso de Northern Soul en Soul Nórdico directamente. El playroom de The Cure es frío y la palabra más recurrente en su lírica es "Tonight", la larga noche boreal.


¿Hay que decir que la espera valió la pena? Sí. ¿Qué la casa está en orden? También. Por Udaondo se aleja satisfecha una muchedumbre mucho más standard que aquella puntiaguda, ansiosa y hasta lumpen de Ferro. La policía conversa amigablemente con los vendedores de remeras que se esfuerzan como barítonos y sopranos en una ópera bizarra y callejera.


Veintiséis años es mucho tiempo, aunque la cultura pop se esmere, en tándem con la tecnología, para comprimirlo. Lo que trae la versión rabiosa de "Killing an Arab", donde se evidencia el amanecer punk de Smith, no está tanto en este gentío que pagó por su sueño (nostálgico o testimonial) sino en los punks tardíos y reventados que juegan a Cemento en la puerta del Salón Pueyrredón, cerca de Pacífico, donde sus hermanos mayores ya adaptados se acomodan para comer pizza."

Fernando García

ENVIADO POR: Goma de Pan