Crítica de Carlos F. Heredero en Cahiers du Cinema sobre Enemigos públicos, de Michael Mann. Vista en El guionista hastiado.
Enviado por: Mninha
Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Crítica de Carlos F. Heredero en Cahiers du Cinema sobre Enemigos públicos, de Michael Mann. Vista en El guionista hastiado.
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Cobeaga no es un director que hace comedias: es alguien con el muy anómalo don de comprender la esencia de un género que destila en formas leves una visión compleja, y dolorosa, del ser humano entendido como ente ridículo y anti-épico.
Si la Claudette Colbert de Medianoche (1939) desembarcaba en la trama a bordo de un vagón nocturno, aquí Sabrina Garciarena surge de un contenedor de basura para convertir la vida de Gorka Otxoa en algo mucho más interesante -y miserable- de lo que parecía augurar su deriva post-adolescente en un Bilbao transformado, gracias a la precisa dirección artística de José Luis Arrizabalaga y Biaffra, en un estado del alma.
[...] pero, al contrario que el director de Lío embarazoso (2007), el donostiarra opta antes por el rigor de lo sustractivo que por la autoindulgencia hipertrófica.
Les guste a algunos o no, lo cierto es que el cine se desarrolló sobre todo en la etapa muda, y después poco más se ha investigado en cuanto a sus formas y posibilidades. Algunos dicen que la causa principal es la llegada del sonido, o más bien de los diálogos, que hacen más literarias las películas. Pero hay teorías para todos los gustos. Aunque me parece poco discutible que, sobre todo en Estados Unidos, los estudios hicieron propio un esquema que, con ciertas variaciones (algunas de ellas muy interesantes), desarrollaron durante los años 30, 40 y 50, perfeccionándolo y dando forma a lo que se entiende, mal, como clasicismo.
Este clasicismo no es más (ni menos, ciertamente), que una representación deudora de la novela del siglo XIX y del teatro de principios del siglo XX, con presentación, nudo y desenlace, con conflictos y objetivos, con personajes protagonistas y secundarios, y el director como un director de teatro, que se encarga de que todo funcione, pero sin dejar una huella personal en muchas ocasiones, supeditado a las necesidades del estudio y las estrellas. El cine clásico (lo que signifique está equívoca expresión) es un cine, no es el Cine.
Ahora, casi tres décadas después del colapso del sistema de los estudios, muchos claman que nos encontramos con un cine (sobre todo norteamericano) deprimente, repetitivo y sin ideas. Pero a mi juicio creo que muchos espectadores están demasiado condicionados por el pasado del cine norteamericano, que abrió ventanas al futuro sólo en el caso de grandes directores como Howard Hawks, Orson Welles, Alfred Hitchcock o John Ford, pero que, como todo “sistema”, encorsetó la representación audiovisual hasta que la fórmula se agotó en sí misma. Los directores importantes de ahora mismo, los que tienen algo que decir, o bien investigan formas de representación opuestas (aunque conociéndolas profundamente) al cine clásico, o bien se alimentan de otras cinematografías y las implementan a su herencia. Gus Van Sant pertenece al primer grupo.
(...)
Su trayectoria es irregular, extraña y fascinante, y conforme pasan los años y va cerrando su discurso y perfilando más su mirada, más irregular, extraña y fascinante resulta, pero también más importante, pues se erige en crónica (como de una forma muy diferente hace ‘Gran Torino’) de un país en proceso de desintegración moral y social, que se debate entre sus fantasmas como una bestia errabunda, cuyos héroes no son más que reminiscencias de un pasado cada vez más lejano, y cuyo presente es un paisaje fantasmal en el que es casi imposible reconocer a víctima y asesino, al héroe del villano. La vida por fin se abre camino en el cine norteamericano. Lo quieran algunos cinéfilos o no, el pasado (por suerte) nunca vuelve, y los puentes hacia el futuro están ahí.
(...)
Una vez más, acompañamos por un itinerario pesadillesco a uno de los adolescentes hermosos y errabundos de Van Sant. De todos ellos, quizá Alex (interpretado con convincente neutralidad por Gabe Nevins), sea el más hermoso. Por momentos, pareciera que Van Sant le dedique una declaración de amor con la cámara, pues entrega numerosos primeros planos al rostro de este muchacho, tan bello que parece una muchacha, y tan trágico que sus momentos de skater (y los movimientos de otros skater) parecen una canción de dolor por la multiforme y siempre posible crueldad del mundo. Directamente una negación del cine.
Yo personalmente creo que no se le puede pedir más al cine. Y de todas formas el cine me importa poco, me interesa más lo que se puede hacer con sus restos, a dónde se puede llegar con él. El cine ha muerto, larga vida al cine.